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Entrevista a George William March

Hoy vamos a tratar de engañar a un escritor que se mantiene alejado de los focos mediáticos. Escribiendo bajo el seudónimo de George William March, encontramos a un autor novel llamado a hacer grandes cosas.

He de reconocer que empezar a leer una novela de bandas juveniles, al estilo de Susan E. Hinton en su obra Rebeldes, pero ambientada en la actualidad, me hizo ser un poco escéptico. ¿Por qué crear personajes con ese perfil? Creo que es una apuesta arriesgada pero que, habilidosamente, has sabido manejarla.


Comienza la entrevista...

Miguel Ángel Oliver. —Quizá por mi trabajo me preocupa mucho el aumento de problemas de conducta en los niños y adolescentes. Lo cierto es que los chicos cada vez usan más la violencia (en muchos casos, cuando ni siquiera han cumplido la edad penal), llegando incluso a agredir a sus propios padres. Según te cuento esto, acaba de saltar a la prensa el caso de un chico quince años de Elche que ha asesinado a toda su familia con una escopeta, y no muestra ningún signo de arrepentimiento.

G. W. March. —Más allá de la fantasía, era esto lo que quería plasmar en la novela, encender una luz roja, para que todos nos paremos a reflexionar hacia dónde caminamos y por qué.

En cuanto a los personajes, he de decir que en muchos casos están basados en chicos reales, y en experiencias y conflictos también reales. La historia parte de que Galahad MacDermott está siendo acosado por los Tiburones. Este grupo está formado por Gawain McCallan, un matón que acaba de salir del reformatorio en el que pasó doce meses por golpear a su padre hasta casi

matarlo; Rufus, otro muchacho un año mayor que Galahad, pero que ya asume plenamente el rol de duro y delincuente juvenil; Kendrick, corpulento, cabeza hueca y firme partidario de Rufus; y Darren, el menor de la pandilla, al que los otros hacen la vida imposible. Por fortuna, cuando todo parece a punto de saltar por los aires, aparecen los glencairn.

M. A. Oliver. —Realidad y fantasía se cruzan en las páginas de La hermandad Oscura, me recuerda un poco a la saga de Guardianes (¿Cazadores?) de Sombras, veo incluso algo de It, ¿qué y quién te influyó para escribir esta novela?

G. W. March. —Solemos decir que la «realidad» es lo que las cosas son, pero esto no es cierto. Los colores son solo longitudes de onda de la luz, por lo tanto, no existen como tal. Además, donde alguien puede ver un azul verdoso, otro puede interpretar un verde azulado. De lo anterior se deduce que NO llamamos realidad a lo que las cosas son, sino a aquello que los estándares culturales, sociales y científicos definen como «real» en cada momento.

Por otro lado, la fantasía puede usarse como metáfora para tratar ciertos aspectos de la realidad. Esto último lo encontramos, por ejemplo, en J. R. R. Tolkien. Cuando este autor plantea la tala desenfrenada de los bosques a manos de las fuerzas del mago Saruman, en El señor de los anillos, en realidad está haciendo una crítica a los efectos de la industrialización en su país natal.

Retomando lo que decíamos en la pregunta anterior, La Hermandad Oscura es una fábula que utiliza la fantasía para hablar de problemas reales.

En cuanto a las influencias: la atmósfera tal vez recuerde un poco a Lovecraft o, como tú dices, a Stephen King (con la existencia de dos mundos: el real, y un inframundo poblado por demonios), si bien los giros y la resolución con un estilo de thriller recuerdan más a Joel Dicker. La base mitológica parte del ciclo artúrico y las novelas épicas, tanto como en el manga, los cómics, el anime o las películas de superhéroes. La relación entre los chicos podría rememorar a las antiguas novelas de El club de los cinco de Enid Blyton. Sin embargo, lo más significativo de la saga, al menos para mí, es que tiene una profunda implicación social.

M. A. Oliver. —Una de las partes más importantes de tu obra son temas como la Violencia de Género y el Bullying. ¿Cuánto hay de realidad en lo que cuentas? ¿Le ha ocurrido a alguien que conoces o en lo que has estudiado de ello?

G. W. March. —Sin duda las personas que trabajan con niños y adolescentes están en una posición privilegiada para observar situaciones que luego puedan plasmar en historias. Tanto la Violencia de Género como el bullying son fenómenos que han existido siempre, pero, así como el primero ha sido abordado de una forma sería, el segundo parece no importarle a nadie. Lo peor es que ahora, gracias a las nuevas tecnologías, un agresor puede acosar sin llegar a reunirse con la víctima, y darle un efecto multiplicativo. Por otro lado, nos encontramos con chicos y chicas que cada vez tienen más problemas; que lo están pasando mal, y que no saben a quién acudir. Es más; cuando denuncian, la solución que suelen ofrecerles es cambiarles de centro, a ellos, y dejar al acosador.

Nunca olvidaré el caso de un niño de Hondarribia que, tras sufrir años de maltrato, terminó suicidándose. La pregunta es: ¿cómo nadie se dio cuenta de lo que le estaba pasando? ¿Qué valores transmite una sociedad que lleva a unos muchachos a convertirse en verdugos y a otros en víctimas?

Por otro lado, ya he comentado que muchos de los personajes están basados en chicos reales, y en experiencias también reales. Por eso, y no me cansaré de repetirlo, considero La conjura... como una saga realista con una base de fantasía urbana.

M. A. Oliver. —Tu novela me parece muy pedagógica, sin desvelar mucho, ¿qué lecciones ha de aprender la gente tras leer a George William March?

G. W. March. —En una época en la que, como plantea Zygmunt Bauman, «todos los valores y puntos de vista son igualmente válidos», creo que la literatura juvenil debe tener el compromiso de defender unos valores éticos.

No se trata tanto de moralizar o de enseñar lecciones a los chicos como de prevenirles, de hacer que descubran los pros y los contras de los problemas sociales, para que, finalmente, puedan construir su experiencia

personal y plasmarla en una escala de valores propia. También que aprendan a ser críticos, a cuestionarse el consumo compulsivo y a comprometerse con la construcción de un mundo mejor.

Todo eso lo trato, de forma más directa, en la página web de La Conjura de las Sombras, en el apartado dirigido a padres y educadores.

M. A. Oliver. —Háblanos de ti, de cómo nació en ti el deseo de ser escritor, de que te empujo a dar el paso y poner en negro sobre blanco lo que había en tu cabeza.

G. W. March. —Llevo en esto de la literatura desde hace tres décadas. Si entras en Internet, verás artículos míos —sin seudónimo—, publicados en revistas especializadas relacionadas con la infancia y la adolescencia, en los que hablo de cuál es la situación actual de la educación; y la situación es esta: de un lado, el sistema social ha convertido la adolescencia en un nicho de consumidores déspotas y gregarios; de otro, la tecnología, los móviles, las redes sociales y la televisión están revolucionando los valores de los chavales, su forma de ver el mundo y de relacionarse, incluso su desarrollo intelectual.

Quizá fue constatar esta situación lo que me empujó a escribir; ofrecerles a los adolescentes un mensaje de cambio, y hacerlo en un lenguaje que ellos pudieran entender. Al final la novela no es más que una fábula en la que los poderes tenebrosos intentan conducir el mundo al caos a través de instaurar una subversión de los valores y las normas, en resumen, de lo que está bien y lo que está mal.

M. A. Oliver. —Si pudiesen rescatar un solo libro para llevártelo a una isla desierta, junto al escritor que prefieras, ya sea de los vivos o trayéndolo de vuelta del mundo de los muertos, ¿cuáles serían tus elecciones?

G. W. March. —Solo me llevaría uno: El arte de la paz, de Morishei Ueshiba. Este autor —al que se conoce sobre todo por ser el fundador de un arte marcial denominada aikido— era un samurái, pero también un místico y un filósofo. De él tomé la idea del Uno, que aparece en la saga. Su filosofía parte de los siete principios del bushido (el código de los samuráis), del crecimiento personal, y de la no-violencia, lo que no debe confundirse con dejarte avasallar. En esencia, creo que hace un planteamiento de vida muy interesante.

M. A. Oliver. —Además de la fantasía, ¿qué otros géneros son los que más te atraen? ¿Hay al- guno que crees que no sabrías escribir?

G. W. March. —La novela negra, los thrillers, la novela histórica..., creo que, menos la romántica, me atraen casi todos. Por lo demás, no soy exigente: casi lo único que le pido a una obra es que esté bien escrita y que me motive a seguir leyendo.

Creo que cualquier buen escritor puede desarrollar cualquier género; cuestión aparte es que le interese. A mí, por ejemplo, no me atrae la fantasía como tal, sino la fantasía urbana, con toques de thriller y misterio, y, sobre todo, con una intención pedagógica. Tampoco me interesa la novela juvenil, propiamente dicha, sino un tipo de novela crossover, que pueda llegar a un amplio espectro de público con diferentes edades, ideas e intereses, como lo hacen muchas

de las teleseries de más éxito en la actualidad (Strangers Things, Cobra kai, etc.).

M. A. Oliver. —¿Cuál es tu método para crear a tus personajes?

G. W. March. —Como casi todo el mundo, me baso en personajes reales, y luego hago fichas de cada uno de ellos con los rasgos físicos y psicológicos, y los antecedentes más importantes.

Por lo demás, creo que el secreto está en tomárselo con calma, o lo que es lo mismo, que un autor dedique todo el tiempo necesario a trazar los perfiles de los personajes. Si estos perfiles están bien definidos, todo surgirá por sí mismo de modo natural y sin esfuerzo.

La ventaja que yo tengo es que casi todos nacieron hace veinte años. Cuando unos personajes llevan tanto tiempo presentes en la mente de un autor, se los conoce bien. A partir de aquí, ya sabes cómo van a reaccionar y puedes permitirles que sean ellos quienes tomen las riendas.

M. A. Oliver. —A ver, ponte en situación, son las tres de la madrugada, llevas tres días bloqueado o pensando que todo lo que has escrito no merece la pena y, en lo mejor de tu sueño reparador, te visitan las musas, ¿qué haces? ¿O a ti nunca te pasará, eres de esos que tiene en una agenda todo lo que va a ocurrir capítulo a capítulo?

G. W. March. —Si te digo la verdad, nunca me ha ocurrido, precisamente por lo que te decía antes: al contrario que la mayoría de las sagas, La conjura de las sombras ha ido desarrollándose de atrás hacia delante; algo parecido a lo que hizo George Lucas con una parte de Star Wars. Esto facilita mucho las cosas, de un lado, porque ya sabes a qué puerto quieres arribar y, de otro, porque los cimientos de la obra ya están claros de principio a fin.

Lo malo es que soy un fanático de la coherencia y, al mismo tiempo, aborrezco las tramas simples. Estas dos condiciones no congenian bien porque me obliga a corregir y corregir y corregir hasta la saciedad. Antes de empezar cada novela, suelo trazar un cuaderno de ruta en el que esbozo los diversos hilos argumentales y voy diseñando los conflictos y las interacciones que van a aparecer, desde la presentación hasta el desenlace. Tardo cerca de dos meses solo en hacer este guion. Después, escribo el primer borrador —de ocho meses a un año—, sin hacer más correcciones que las precisas. No resulta fácil porque los libros de la saga no bajan de las quinientas páginas, y yo no me dedico solo a escribir. A partir de aquí, dejo madurar el manuscrito durante seis u ocho semanas. Luego, otro año de correcciones. A continuación, debo recomponerlos a partir de las críticas que me hacen los lectores cero, y, cómo no, las correcciones externas, y... ¡vuelta a retomar! Así que el tiempo se dilata un montón. Pasan entre tres y cuatro años desde que termino el cuaderno de ruta hasta que estoy en condiciones de poder presentar el manuscrito.

Ahora un pequeño test...

¿Star Wars o Star Trek?

¿El señor de los anillos o Juego de tronos?

¿Michael Ende o Roald Dahl?

¿Dragones y caballeros o magos y brujas?

¿Magia o Ciencia Ficción?

G. W. March. —Star Wars, sin lugar a duda, porque representa el arquetipo del héroe: el protagonista (de valores elevados y capacidad de sacrificio por el bien común) siente la llamada. Iniciado su viaje, está a punto de sucumbir, pero entonces aparece un aliado inesperado, el maestro que le ayudará a enfrentarse a los poderes oscuros. A partir de ahí, puede que fracase, una o dos veces; pero, lejos de rendirse continúa creciendo. Al final, a base de fuerza de voluntad, sale victorioso.

La pugna entre el Señor de los Anillos y Juego de Tronos se salda con clara ventaja para el primero, tanto por los valores que transmite como por la naturaleza de sus personajes. Mientras que los habitantes de la Tierra Media se mueven (como nuestro héroe) por la esperanza de salvar el mundo, el enfoque grimdark de Canción de hielo y fuego los convierte en depravados, oscuros y egoístas, y sus acciones, en interesadas.

La historia interminable es una novela de culto, y en cuanto a la mejor de las novelas de magia y brujos, Harry Potter, es una auténtica revolución, entre otras cosas, porque vuelve a reproducir el mismo arquetipo de héroe que ya hemos visto en los párrafos anteriores.

M. A. Oliver. —Cada vez hay menos gente que lee y, los que lo hacemos, cada vez lo hacemos más, ¿la culpa es de la sociedad, de las editoriales o de que cada vez se escriben menos libros y más «productos» editoriales?

G. W. March. —La culpa es del momento social y cultural que nos toca vivir. De entrada, lo audiovisual arrasa. Si las series de televisión van en auge es porque, a diferencia de los libros, transcurren muy deprisa y sin esfuerzo para el receptor. Eso nos pasa incluso con Facebook: tendemos a leer aquellos posts que vienen acompañados de imágenes, y aquellos que no tienen demasiado texto.

Ahora bien, en una época en la que triunfan los youtubers y las series de Netflix, ¿cómo podemos incentivar el apego por los libros?

No basta con que la literatura genere espacios de reflexión, que aporte un lenguaje cuidado ni que favorezca el espíritu crítico, sino que, además, debe atraer, divertir y enganchar. Lo anterior se traduce en disponer de temas atractivos, aligerar las descripciones, activar el ritmo de la acción, usar capítulos cortos, que las tramas encajen y sobre todo ser capaz de mantener la tensión a través de giros argumentales.

Por último, convertir la lectura en una actividad obligatoria en las escuelas es la mejor forma de que los chicos odien la literatura. Yo pienso que si lo queremos es que a los adolescentes les guste leer, tenemos que vendérsela en lugar de imponerla. Esto debería conseguirse, al menos en parte, dándoles un margen de elección respecto de las obras, e incluso dejando que sean los propios alumnos quienes se las distribuyan según su propio criterio para cada uno de los trimestres.

De todas formas, no es un proble- ma de fácil solución.

M. A. Oliver. —La literatura ¿sigue siendo un arte o se ha convertido en negocio? (Para los autores cada vez menos).

G. W. March. —Te diría que el arte es el mejor negocio, y si no, no tienes más que ver lo que se pagó por la obra «Cuadrado negro sobre fondo blanco», de Kazimir Malévich, una pintura que no va más allá de lo que dice el título. Como apunte, te diré que otro cuadro del mismo autor «Composición suprematista», fue adquirida en una subasta en el año 2008 por sesenta millones de dólares.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? A que en el mundo de la literatura pasa tres cuartos de lo mismo: no se mira la calidad de la obra, sino el nombre del autor. No importa que sea bueno o malo, no importa que en realidad no lo haya escrito él, que sea un plagio, etc. Lo que importa es que la gente lo va a comprar porque tiene muchos seguidores, los circuitos culturales ya se han encargado de darle bombo y platillo, y de gritar a los cuatro vientos que es maravilloso. De nuevo, la realidad es lo que se construye socialmente.

Y con esta controvertida pregunta finalizamos esta entrevista. Muchas gracias a George William March por dedicarnos estos minutos de su tiempo.

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